domingo, 14 de junio de 2015

Mentiras piadosas

Confieso que realizo pequeñas mentiras diarias y diminutas falsedades cotidianas, para no hacer sentir mal a otros:
Cuando me dan un volante lo acepto siempre, aunque no me interese. Y procuro tirarlo recién cuando estoy fuera de la visual del volantero.
Si se cae alguien en la calle, me aguanto fuertemente la risa, aunque tenga que contener la respiración, e incluso la mayoría de las veces, intento ayudar a esa persona a levantarse.
Si alguien hace un chiste muy malo, pongo en práctica todos mis años de actuación y río con ganas porque sé el vacío existencial que provoca y si puedo salgo con algún comentario rápido para terminar con el mal trance.
Cuando una compañera me cuenta de sus hijos, la escuela de sus hijos, los amigos de sus hijos, los docentes de sus hijos y demás cosas que me aburren profundamente, la escucho al menos 30 minutos, porque sé que para ella es importante.
Si alguien me cocina especialmente algo que resulta espantoso lo como, y a los sumo trato de persuadir a esa persona a que no vuelva a hacerlo sin herir su orgullo culinario.

Sin embargo cuando alguien me gusta, lamentablemente, no puedo no mostrarme tal cual soy, a riesgo de decepcionarlo profundamente.