Confieso que realizo pequeñas mentiras diarias y diminutas
falsedades cotidianas, para no hacer sentir mal a otros:
Cuando me dan un volante lo acepto siempre, aunque no me
interese. Y procuro tirarlo recién cuando estoy fuera de la visual del
volantero.
Si se cae alguien en la calle, me aguanto fuertemente la
risa, aunque tenga que contener la respiración, e incluso la mayoría de las
veces, intento ayudar a esa persona a levantarse.
Si alguien hace un chiste muy malo, pongo en práctica todos
mis años de actuación y río con ganas porque sé el vacío existencial que
provoca y si puedo salgo con algún comentario rápido para terminar con el mal
trance.
Cuando una compañera me cuenta de sus hijos, la escuela de
sus hijos, los amigos de sus hijos, los docentes de sus hijos y demás cosas que
me aburren profundamente, la escucho al menos 30 minutos, porque sé que para
ella es importante.
Si alguien me cocina especialmente algo que resulta
espantoso lo como, y a los sumo trato de persuadir a esa persona a que no vuelva
a hacerlo sin herir su orgullo culinario.
Sin embargo cuando alguien me gusta, lamentablemente, no
puedo no mostrarme tal cual soy, a riesgo de decepcionarlo profundamente.