viernes, 27 de junio de 2014

79 gramos

Doy la vuelta. 
Pero no llego al mismo lugar.
Ni a ningún lado.
Pienso.
Hablo. 
Callo.
Y en eso me bajo 100 gramos de algo que contenga harina.

El clima está de birra, pero me pega como tiro en la sien los días de semana.
Vuelvo al mate.
Ya está frío.

Llego al espejo. 
Ya estuve acá hoy.
Busco en mi cara las 7 diferencias entre yo y yo unos años atrás.
No las encuentro.
Abandono el juego.
Lo mismo, soy linda.
O eso creo.
No, soy linda.
Bueno, para el caso, qué importa eso ahora.

Te beso y agarro un libro.
Me acuesto a leer y prendo un cigarrillo.
(No es cierto lo del beso).
Los renglones no avanzan o yo estoy lenta. 
Quedo sola con tus canciones de mi cabeza.
(No era cierto lo del beso. Ya lo dije.)

De pronto, respiro y me doy cuenta lo que pasa:
En una noche como esta, cualquiera querría enamorarse…
  


Menos vos.

Segunda cita

Él es genuino.
No se acerca de más.
No incomoda.
No invade.
Parece que se alejara todo el tiempo y sin embargo, en cada una de sus respiraciones emite una ínfima ración de intimidad.

Las palabras juegan entre ellas.
Las suyas y las mías.
Se hacen amigas.
Se pegan.
Se esconden.
Parecen niñas que salen de nuestros labios, mientras nosotros serios creemos que maduramos.

Y así pasan las horas.
Mi cuerpo se extraña.
Es como si no supiera muy bien qué hacer.
Se vuelve extraño o se acostumbra a esa distancia.
Pasa la tensión.
Pasa lo sexual.
Pasa la bronca.
Pasa el prejuicio.
Pasan un cúmulo de sensaciones en fila entre nosotros, en ese proceso de conocerse.

Mi cerebro, ingenuo, intenta entender a dónde estoy yendo, adónde me está llevando y adónde vamos a terminar. Siempre quiere saberlo todo, pero a veces no puede.
El corazón, por una extraña razón, abraza la confianza de aquel desconocido y calma al intelecto, después de todo, el único que se expone siempre es él.
Miro sus ojos y quisiera pedirles por favor que expresaran menos.

Se va.
Me voy.

Cada uno se reencuentra y se abraza feliz consigo mismo de nuevo.

Super clásico

Hoy juega Boca contra River.
Nos sentamos en un bar. Hablamos. Siempre hablamos. Mucho. Y podría ser más tiempo. Podría ser un siempre de palabras.
Nos sentamos en un bar. Ya perdí la cuenta de cuántas veces mi boca esperaba un beso y recibió café. Me pregunto qué hago de nuevo acá. ¿Por qué me gustás? Hay una línea demasiado delgada entre el orgullo y el amor.
Una vez más vuelvo a mi casa pensando “le hubiese robado un beso y que se enoje si quiere”. ¿Sabés cuántos ósculos me robaron a mi? No, ¿no? Porque además no sabés lo que es eso.
No imaginarías cuántas veces dí un beso sabiendo que para mi era tan sólo un choque de labios, pero para la otra persona como ganar en el Monopoly.
Nos sentamos en un bar. Y juega Boca contra River. 
Un amistoso.
Un flaco se para a mirarlo con la ñata contra el vidrio y la novia lo tironea de un brazo para seguir caminando… y yo te observo y pienso, yo nunca te haría eso. Quizás por eso no te gusto.