Él es genuino.
No se acerca de más.
No incomoda.
No invade.
Parece que se alejara todo el tiempo y sin embargo, en cada una de sus
respiraciones emite una ínfima ración de intimidad.
Las palabras juegan entre ellas.
Las suyas y las mías.
Se hacen amigas.
Se pegan.
Se esconden.
Parecen niñas que salen de nuestros labios, mientras nosotros serios
creemos que maduramos.
Y así pasan las horas.
Mi cuerpo se extraña.
Es como si no supiera muy bien qué hacer.
Se vuelve extraño o se acostumbra a esa distancia.
Pasa la tensión.
Pasa lo sexual.
Pasa la bronca.
Pasa el prejuicio.
Pasan un cúmulo de sensaciones en fila entre nosotros, en ese proceso
de conocerse.
Mi cerebro, ingenuo, intenta entender a dónde estoy yendo, adónde me
está llevando y adónde vamos a terminar. Siempre quiere saberlo todo, pero a
veces no puede.
El corazón, por una extraña razón, abraza la confianza de aquel
desconocido y calma al intelecto, después de todo, el único que se expone
siempre es él.
Miro sus ojos y quisiera pedirles por favor que expresaran menos.
Se va.
Me voy.
Cada uno se reencuentra y se abraza feliz consigo mismo de nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario